«Me era gran deleite considerar ser mi alma un huerto y al Señor que se paseaba en él. Suplicábale aumentase el olor de las florecitas de virtudes que comenzaban, a lo que parecía, a querer salir y que fuese para su gloria y las sustentase, pues yo no quería nada para mí, y cortase las que quisiese, que ya sabía habían de salir mejores. Digo «cortar» porque vienen tiempos en el alma que no hay memoria de este huerto; todo parece está seco y que no ha de haber agua para sustentarle, ni parece hubo jamás en el alma cosa de virtud. Pásase mucho trabajo, porque quiere el Señor que le parezca a el pobre hortolano que todo el que ha tenido en sustentarle y regarle va perdido. Entonces es el verdadero escardar y quitar de raíz las yerbecilas, anque sean pequeñas, que han quedado malas. Con conocer no hay diligencia que baste si el agua de la gracia nos quita Dios, y tener en poco nuestra nada, y anque sea menos que nada, gánase aquí mucha humildad; tornan de nuevo a crecer las flores».
Libro de la Vida (1588)
1. «He notado mucho que parece que el alma está —a lo que aquí da a entender— hablando con una persona, y pide la paz de otro. Porque dice: «Béseme con el beso de su boca» [Cantares I, I]. Y luego parece que está diciendo a con quien está: «Mejores son tus pechos» [Cantares I, I]. Esto no entiendo cómo es, y no entenderlo me hace gran regalo; porque verdaderamente, hijas, no ha de mirar el alma tanto, ni la hacen mirar tanto, ni la hacen tener respeto a su Dios las cosas que acá parece podemos alcanzar con nuestros entendimientos tan bajos, como las que en ninguna manera se pueden entender. Y así os encomiendo mucho que, cuando leyereis algún libro y oyereis sermón, o pensareis en los misterios de nuestra sagrada fe, que lo que buenamente no pudiereis entender, no os canséis ni gastéis el pensamiento en adelgazarlo; no es para mujeres, ni aun para hombres muchas cosas.
2. Cuando él Señor quiere darlo a entender, Su Majestad lo hace sin trabajo nuestro. A mujeres digo esto. Y a los hombres, que no han de sustentar con sus letras la verdad, que a los que el Señor tiene para declaránoslas a nosotras, ya se entiende que lo han de trabajar, y lo que en ello ganan. Mas nosotras con llaneza tomar lo que el Señor nos diere; y lo que no, no nos cansar, sino alegrarnos de considerar qué tan gran Dios y Señor tenemos, que una palabra suya tendrá en sí mil misterios, y así su principio no entendemos nosotras. Así, si estuviere en latín o en hebraico o en griego, no era maravilla; mas en nuestro romance, ¡qué de cosas hay en los salmos del glorioso rey David que, cuando nos declaran el romance sólo, tan escuro nos queda como el latín! Así que siempre os guardad de gastar el pensamiento con estas cosas, ni cansaros, que mujeres no han menester más que para su entendimiento bastare; con esto las hará Dios merced. Cuando Su Majestad quisiere dárnoslo sin cuidado ni trabajo nuestro, lo hallaremos sabido. En lo demás, humillarnos y —como he dicho— alegrarnos de que tengamos tal Señor, que aun palabras suyas dichas en romance nuestro no se pueden entender».
Meditaciones sobre los Cantares (1574)
Guardaos, hijas mías, de cuidados ajenos. Mirad que en pocas moradas de este castillo dejan de combatir los demonios. Verdad es que en algunas tienen fuerza los guardas para pelear, como creo he dicho que son las potencias; mas es mucho menester no descuidarnos para entender sus ardides, y que no nos engañen, hecho ángel de luz, que hay una multitud de cosas con que nos puede hacer daño, entrando poco a poco, y hasta haberle hecho no le entendemos.
Yo os dije otra vez que es como una lima sorda, que hemos menester entenderle a los principios. Quiero decir alguna cosa para dároslo mejor a entender. Pone en una hermana varios ímpetus de penitencia, que le parece no tiene descanso sino cuando se está atormentando. Este principio, bueno es; mas si la priora ha mandado que no hagan penitencia sin licencia, y le hace parecer que en cosa tan buena bien se puede atrever, y escondidamente se da tal vida que viene a perder la salud, y no hacer lo que manda su Regla, ya veis en qué paró este bien. Pone a otra un celo de la perfección muy grande: esto muy bueno es; mas podría venir de aquí, que cualquier faltita de las hermanas le pareciese una gran quiebra y un cuidado de mirar si las hacen, y acudir a la priora. Y aun a las veces podrá ser no ver las suyas, por el gran celo que tiene de la religión. Como las otras no entienden lo interior y ven el cuidado, podría ser no tomarlo tan bien.
Lo que aquí pretende el demonio no es poco, que es enfriar la caridad y el amor de unas con otras, que sería gran daño. […] Dejémonos de celos indiscretos, que nos pueden hacer mucho daño. Cada una se mire a sí. […]
Importa tanto este amor de unas con otras, que nunca querría que se os olvidase; porque de andar mirando en las otras unas naderías, que a las veces no será imperfección, sino, como sabemos poco, quizá lo echaremos a la peor parte, puede el alma perder la paz, y aun inquietar la de las otras: mirad si costaría caro la perfección.
Castillo interior o las Moradas, “Moradas primeras” capítulo segundo, Madrid, Aguilar, colección Crisol Literario, pp. 40-42.
En Poesía y pensamiento (Antología). Madrid, Alianza, 2018 (Págs. 36-39)
«Quiso el Señor que viese aquí algunas veces esta visión: veía un ángel cabe mí hacia el lado izquierdo, en forma corporal, lo que no suelo ver sino por maravilla; aunque muchas veces se me representan ángeles, es sin verlos, sino como la visión pasada que dije primero.
En esta visión quiso el Señor le viese así: no era grande, sino pequeño, hermoso mucho, el rostro tan encendido que parecía de los ángeles muy subidos que parecen todos se abrasan. Deben ser los que llaman querubines, que los nombres no me los dicen; mas bien veo que en el cielo hay tanta diferencia de unos ángeles a otros y de otros a otros, que no lo sabría decir. Le veía en las manos un dardo de oro largo, y al fin del hierro me parecía tener un poco de fuego. Este me parecía meter por el corazón algunas veces y que me llegaba a las entrañas. Al sacarle, me parecía las llevaba consigo, y me dejaba toda abrasada en amor grande de Dios. Era tan grande el dolor, que me hacía dar aquellos quejidos, y tan excesiva la suavidad que me pone este grandísimo dolor, que no hay desear que se quite, ni se contenta el alma con menos que Dios. No es dolor corporal sino espiritual, aunque no deja de participar el cuerpo algo, y aun harto. Es un requiebro tan suave que pasa entre el alma y Dios, que suplico yo a su bondad lo dé a gustar a quien pensare que miento.»
Libro de la Vida
Búscate en Mí
«Alma, buscarte has en Mí,
y a Mí buscarme has en ti.
De tal suerte pudo amor
Alma, en Mí te retratar,
que ningún sabio pintor
supiera con tal primor
tal imagen estampar.
Fuiste por amor criada
hermosa, bella, y así
en mis entrañas pintada,
si te pierdes, mi amada,
Alma, buscarte has en Mí.
Que Yo sé que te hallarás
en mi pecho retratada,
y tan al vivo sacada,
que si te ves te holgarás
viéndote tan bien pintada.
Y si acaso no supieres
dónde me hallarás a Mí,
no andes de aquí para allí,
sino, si hallarme quisieres
a Mí, buscarte has en ti.
Porque tú eres mi aposento,
eres mi casa y morada,
y ansí llamo en cualquier tiempo,
si hallo en tu pensamiento,
estar la puerta cerrada.
Fuera de ti no hay buscarme,
porque para hallarme a Mí,
bastará sólo llamarme,
que a ti iré sin tardarme,
y a Mí buscarme has en ti.»
“Búscate en Mí”, en Obras completas
“Querría saber declarar con el favor de Dios la diferencia que hay de unión a arrobamiento o elevamiento o vuelo que llaman de espíritu o arrebatamiento, que todo es uno. Digo que estos diferentes nombres todo es una cosa, y también se llama éxtasis. Es grande la ventaja que hace a la unión. (…) Es mayor y menor. De cuando es mayor quiero ahora decir, porque, aunque adelante diré de estos grandes ímpetus que me daban cuando me quiso el señor dar los arrobamientos, no tiene más que ver, a mi parecer, que una cosa muy corporal a una muy espiritual, y creo no lo encarezco mucho. Porque aquella pena parece, aunque la siente el alma, es en compañía del cuerpo; entrambos parece participan de ella, y no es con el extremo del desamparo que en ésta. Para la cual como he dicho no somos parte, sino muchas veces a deshora viene un deseo que no sé cómo se mueve, y de este deseo, que penetra toda el alma en un punto, se comienza tanto a fatigar, que sube muy sobre sí y de todo lo criado, y pónela Dios tan desierta de todas las cosas, que por mucho que ella trabaje, ninguna que la acompañe le parece hay en la tierra, ni ella la querría, sino morir en aquella soledad. (…) Digo que muchas veces me parecía me dejaba el cuerpo tan ligero, que toda la pesadumbre de él me quitaba, y algunas era tanto, que casi no entendía poner los pies en el suelo. Pues cuando está en el arrobamiento, el cuerpo queda como muerto, sin poder nada de sí muchas veces, y como le toma se queda: si en pie, si sentado, si las manos abiertas, si cerradas. Porque aunque pocas veces se pierde el sentido, algunas me ha acaecido a mí perderle del todo, pocas y poco rato. Mas lo ordinario es que se turba y aunque no puede hacer nada de sí cuanto a lo exterior, no deja de entender y oír como cosa de lejos. No digo que entiende y oye cuando está en lo subido de él (digo subido, en los tiempos que se pierden las potencias, porque están muy unidas con Dios), que entonces no ve ni oye ni siente, a mi parecer; mas, como dije en la oración de unión pasada, este transformamiento del alma del todo en Dios dura poco; mas eso que dura, ninguna potencia se siente, ni sabe lo que pasa allí. No debe ser para que se entienda mientras vivimos en la tierra, al menos no lo quiere Dios, que no debemos ser capaces para ello. Yo esto he visto por mí.”
Libro de la Vida
(…) “¿Pensáis, hijas mías, que es menester poco para tratar con el mundo y vivir en el mundo, y tratar negocios del mundo, y hacerse a la conversación del mundo, y ser en lo interior extrañas del mundo y estar como quien está en destierro, y, en fin, no ser mujeres sino ángeles? Si en lo interior no estáis fortalecidas en entender lo mucho que va en tenerlo todo debajo de los pies, por mucho que se quiera encubrir, se ha de dar señal. Así que no penséis es menester poco favor de Dios para esta gran batalla de la vida adonde nos meten, sino grandísimo (…)
Ya, hijas, habéis visto la gran empresa que pretendemos ganar; ¿qué tales habremos de ser para que en los ojos de Dios y del mundo no nos tengan por muy atrevidas? Está claro que hemos menester trabajar mucho, y ayuda mucho tener altos pensamientos, para que altas sean las obras (…) Ya sabéis que la primera piedra ha de ser buena conciencia y con todas vuestras fuerzas seguir en lo más perfecto. Parecerá esto que cualquier confesor lo sabe, y es engaño. A mí me acaeció tratar con uno cosas de conciencia que había leído y me hizo harto daño en cosas que me decía que no tenían importancia. Y sé que no pretendía engañarme, ni tenía para qué, sino que no sabía más, y con otros dos o tres confesores me acaeció lo mismo.
Este tener verdadera luz para guardar la ley de Dios con perfección, es todo nuestro bien; sin este cimiento fuerte todo el edificio va en falso. Y si personas como las que he dicho no les dieren libertad para confesarse y tratar cosas de su alma, tómenla hermanas, sin confesión. Y atrévome a más, que aunque el confesor lo tenga todo, algunas veces hagan lo que digo. Porque puede ser que él se engañe y es bueno que no se engañen todas por él. Todo esto que digo corresponde a la prelada, y así le torno a pedir que pues aquí no se pretende otro consuelo que el del alma, procure en esto su consolación. Que hay diferentes caminos por donde lleva Dios y no por fuerza los sabrá todos un confesor. Y así pido por amor del Señor, al obispo que fuere, que deje a las hermanas esa libertad y que no se la quite, cuando las hermanas sean tales que tengan letras y la bondad que se requiere en un sitio tan chico como este.” (…)
Camino de perfección, III, Aguilar, 1945, ed. de Luis Santullano, p. 285 y ss.
«Prosigue en las grandes enfermedades que tuvo y la paciencia que el Señor le dio en ellas, y cómo saca de los males bienes, sigún se verá en una cosa que le acaeció en este lugar que se fue a curar
1. Olvidé de decir cómo en el año del noviciado pasé grandes desasosiegos con cosas que en sí tenían poco tomo, mas culpávanme sin tener culpa hastas veces. Yo lo llevava con harta pena y imperfección, aunque con el gran contento que tenía de ser monja todo lo pasava. Como me vían procurar soledad y me vían llorar por mis pecados algunas veces, pensa van era descontento·, y ansí lo decían.
Era aficionada a todas las cosas de relisión, mas no a sufrir ninguna que pareciese menosprecio. Holgávame de ser estimada. Era curiosa en cuanto hacía. Todo me parecía virtud, aunque esto no me será disculpa; porque para todo sabía lo que era procurar mi contento,y ansí la ignorancia no quita la culpa. Alguna tiene no estar fundado el monasterio en mucha perfeción; yo, como ruin, ívame a lo que vía falta y dejava lo bueno.
2. Estava una monja entonces enferma de grandísima enfermedad y muy penosa, porque eran unas bocas en el vientre que se le havian hecho de opilaciones, por donde echava lo que comía. Murió presto de ello. Yo vía a todas temer aquel mal, a mí hacíame gran envidia su paciencia; pe día a Dios que, dándomela ansí a mí, me diese las enfermedades que fuese servido. Ninguna me parece temía, porque estava tan puesta en ganar bienes eternos, que por cualquier medio me determinava a ganar los. Y espántome, porque aun no tenía, a mi parecer, amor de Dios, como después que comencé a tener oración me parecía a mí le he tenido, sino una luz de parecerme todo de poca estima lo que se acaba y de mucho precio los bienes que se pueden ganar con ello, pues son eternos.
También me oyó en esto Su Majestad, que antes de dos años estava tal que, aunque no el mal de aquella suerte, creo no fue menos penoso y travajoso el que tres años tuve, como ahora diré.
3. Venido el tiempo que estava aguardando en el lugar que digo que estava con mi hermana para curarme, lleváronme con harto cuidado de mi regalo mi padre y hermana, y aquella monja mi amiga que havía salido conmigo, que era muy mucho lo que me quería.»
Libro de la Vida