«Por una mujer de ojos claros, que no se llamaba Atenea, un compañero de curso se había tirado desde un quinto piso. Allí se quedó, estampado contra el pavimento. Ocurría en otro tiempo, al año siguiente del juicio de Burgos. Ahora, un piloto de Iberia dejaba abierto el gas del piso y se encerraba. Una mujer de clase media se emborrachaba, terminada la comida de los niños. El premio de fin de curso sería un viaje a Disneylandia. Las mujeres ponían boutiques o se las ingeniaban para venderse entre sí potingues, abrigos de pieles traídos de Sudáfrica o envases herméticos para el congelador.
Tanto como decir que todo había cambiado perceptiblemente mientras se había dedicado a leer “Un paso adelante, dos atrás” o “El izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo”. Por eso, tuvo que sentarse en la empresa siguiendo la urgencia de un aviso: “te vas a quedar sin hueco”. (…) En la oficina donde fue a parar, la mayoría eran mujeres. (…)»