«Acabo de escribir: “dos destinos que se cruzan en el río”, y quizá debiera extender más, geográficamente, esta reflexión; no solo en el río, en todo Perú, en todo aquel hemisferio. Allí los destinos tienen un camino (camino y destino ¿no son la misma cosa? ¿no se confunden?), un itinerario circular. Son círculos que se entrecruzan, que se agobian, que se atestiguan. Aquí, en esta latitud nuestra, los destinos tienen itinerarios rectos, seguidos, lineales. Se cruzan de tres formas: aguda, recta u obtusamente. O no se cruzan nunca: existen simultáneos, contradictorios y diferentes, o parecidos y afirmantes. Perpendiculares o paralelos, abriéndose o cerrándose más, el encuentro está referido al pasado, al presente o al futuro, contradiciéndose temporalmente.
Pero allí, en el río, en las páginas del diario de Amelia, se transparentan las personas y los estados de ánimo, repetidos, reiterados, regresados de una momentánea oscuridad, de una breve opacidad. Iluminados y ensombrecidos, nunca del todo idos, amenazantes de regresar, vivos o muertos, pero siempre en órbita circular por los espacios».
El buen camino, (1975)