«(La escena es en una casa de campo, cerca de Zaragoza. Sala bien adornada. Salen Victoria y Casilda.)
CASILDA:
¿Victoria, hermana, confusa,
turbada, y con tardo acento
me llamas? ¿Aún no amanece,
y vestida estás? ¿Qué es esto?
VICTORIA:
¡Ay Casilda! Ya es mi muerte
cierta, cuanto escucho y veo
anuncia mi desventura;
huyamos , huyamos presto
de esta casa; mas ¿qué digo?,
¿adónde el pavor, el miedo
me lleva? ¿Me hallo inocente,
y tengo honor; pues qué temo?
Acaso me hará culpada
la fuga que necia emprendo.
CASILDA:
No te entiendo. Tan suspensa
me tienes, que no me atrevo
a preguntarte la causa
de tu dolor; mas deseo
saberla, que como propio,
sin comprehenderle le siento.
VICTORIA:
¿Estamos solas?
(Mirando a todas partes)
CASILDA:
Ninguno
todavía dejó el lecho.
Yo solamente te escucho.
VICTORIA:
¿Solas estamos? Ya aliento.
¿Ves este puñal?
(Lo saca admirada).
CASILDA:
¿Qué fin
te ha conducido a traerlo?
VICTORIA:
Este guardaba Ricardo,
mi esposo, ¡fiero tormento!,
sin duda para emplearlo
hoy, en mi inocente pecho.
CASILDA:
¿Pues qué motivo…?
VICTORIA:
No sé.
Socorro pido a los cielos.
CASILDA:
Apenas habrá dos años,
que persuadida a los ruegos
de nuestros padres, la mano
le diste, cuando tan fiero,
trueca su amor en rigores ,
y en crueldades sus afectos.
VÍCTORIA:
Si, Casilda, bien tú sabes
los pesares, los tormentos
y lágrimas que costó
a mi amor, llegar a hacerlo.
(…)
Solo por dar a mi padre
gusto, ¡de pensarlo muero!
(…)
Él es. ¡Toda me estremezco
al verle! Retírate
a tu cuarto, que no quiero
que te vea hablar conmigo.
CASILDA:
Ya me retiro, mas quedo
a la vista por si acaso
fuese tu peligro cierto.»
Buen amante y buen amigo