«(Entro por el fondo, entre el público con luz de sala) Perdón, llego tarde, me parece, es que no sé qué hago aquí, me han traído aquí, a hablar de mi vida, jjjjjjj (ataque de risa) ¿Pero por qué les interesa de mi vida? Jjjj… Perdón, perdón, es que mira que pinta llevo… ¡Ay! Es que me pregunto si me seguirían llamando “La Divina Baltasara de los Reyes”… Pues seguramente, porque casi nadie se molestó nunca en saber mi verdadero nombre: Ana, Ana (se va presentando al público), Ana Martínez, por cierto, para servir a vuestras mercedes.
¿Saben vuestras señorías por qué lo elegí? Mi nombre de comedianta, digo, el de Baltasara de los Reyes. Porque nací el día de Reyes y, desde siempre, BALTASAR el negrito se me antojó el más exótico de los tres, el más gracioso, con más duende, no sé. MELCHORA, GASPARA… No, ¿no? No se dejan pronunciar… Se hacen antipáticos en los oídos, como si la “a” estropease a los rotundos y formales Gaspar y Melchor… En Baltasar, por contra, me parece tan natural… Tan que pide la “a” para que sea más completo. Baltasar-a.
Tengo un nombre que, con sólo decirlo, dan ganas de bailar. ¿No les parece? Bal-ta-sa-ra, pam-pam-pam-pam… De-los-Re-yes, pum-pum-pum-pum… No como otros, que dan ganas de soltarlos muy deprisa para que no ofendan los oídos: Pánfila, Restituta, Honorata, Pelagia, Tiburcia… (Se da cuenta de que alguna mujer del público puede llevar uno de esos nombres) ¡Uy, perdón!
Que a lo mejor algunas de las presentes…
¡Ay! ¡Nuestra Señora del Silencio me asista la próxima vez!
Es que estoy un poco nerviosa, de volver a pisar un teatro, un corral de comedias, aunque sea tan curioso como este. (…)»
Adaptación de La Baltasara, Ediciones Antígona, 2018, p. 29