«… verdaderamente que el placer de viajar es incomparable y no sé si aquel resulta mayor al caminar en pos de lo ignorado o al encontrarse en país de antiguo conocido (…) los semblantes amigos, las memorias felices y otros días que constituyen una segunda vida tal vez más hermosa que la del presente y de más halagüeño horizonte que la venidera».
«La pequeñez de mi nombre se encontró protegida y amparada por el de aquellos colosos de la literatura, y trabajé sin descanso, nada me arredraba; y aún las dos o tres horas que destinaba al sueño, me parecían instantes preciosos robados a mis estudios y a mis producciones; y recorriendo los espacios sin fin de la vida intelectual, he pasado los años que van transcurridos desde entonces: mis lágrimas o mis sonrisas, mis impresiones entusiastas y juveniles, se revelan en mis obras: los acontecimientos me impulsan a escribir y expreso lo que siento: hoy es una necesidad del corazón.
Recorrer, aun cuando sea en alas de la imaginación, las ciudades, las selvas, los montes, los senderos, las playas, las islas, los jardines, de estos edenes cautivos entre horizontes de ópalo y oro, y sembrar con profusión mis sentimientos: la inacción me anonada: el cambio de regiones, de sol, de espacio, de costumbres, de atmósfera, es la luz para mi alma; es la inspiración, sin formas tal vez, pero rica de verdad y sentimiento».
Las perlas del corazón. Deberes y aspiraciones de la mujer en su vida íntima y social (1875)