«Fuera, la noche en veste de tragedia solloza
Como una enorme viuda pegada a mis cristales.
Mi cuarto…
Por un bello milagro de la luz y del fuego
Mi cuarto es una gruta de oro y gemas raras:
Tiene un musgo tan suave, tan hondo de tapices,
Y es tan vívida y cálida tan dulce que me creo
Dentro de un corazón…
Mi lecho que está en blanco es blanco y vaporoso
Como flor de inocencia,
Como espuma de vicio!
Esta noche hace insomnio;
Hay noches negras, negras, que llevan en la frente
Una rosa de sol…
En estas noches negras y claras no se duerme.
Y yo te amo, Invierno!
Yo te imagino viejo,
Yo te imagino sabio,
Con un divino cuerpo de mármol palpitante
Que arrastra como un manto regio el peso del Tiempo.
Invierno, yo te amo y soy la primavera…
Yo sonroso, tú nievas:
Tú porque todo sabes,
Yo porque todo sueño…
…Amémonos por eso!…
Sobre mi lecho en blanco,
Tan blanco y vaporoso como flor de inocencia,
Como espuma de vicio,
Invierno, Invierno, Invierno,
Caigamos en un ramo de rosas y de lirios!»
Delmira Agustini, Nocturno
Visión
¿Acaso fue en un marco de ilusión,
en el profundo espejo del deseo,
o fue divina y simplemente en vida
que yo te vi velar mi sueño la otra noche?
En mi alcoba agrandada de soledad y miedo,
taciturno a mi lado apareciste
como un hongo gigante, muerto y vivo,
brotado en los rincones de las noches
húmedos de silencio,
y engrasados de sombra y soledad.
Te inclinabas a mí supremamente,
como a la copa de cristal de un lago
sobre el mantel de fuego del desierto;
te inclinabas a mí, como un enfermo
de la vida a los opios infalibles
y a las vendas de piedra de la Muerte;
te inclinabas a mí como el creyente
a la oblea de cielo de la hostia…
– Gota de nieve con sabor de estrellas
que alimenta los lirios de la Carne,
chispa de Dios que estrella los espíritus.
Te inclinabas a mí como el gran sauce
de la Melancolía
a las hondas lagunas del silencio;
te inclinabas a mí como la torre
de mármol del Orgullo,
minada por un monstruo de tristeza,
a la hermana solemne de su sombra…
Te inclinabas a mí como si fuera
mi cuerpo la inicial de tu destino
en la página oscura de mi lecho;
te inclinabas a mí como al milagro
de una ventana abierta al más allá.
¡Y te inclinabas más que todo eso!
Y era mi mirada una culebra
apuntada entre zarzas de pestañas
al cisne reverente de tu cuerpo.
Y era mi deseo una culebra
¡glisando entre los riscos de la sombra
a la estatua de lirios de tu cuerpo!
Tú te inclinabas más y más… y tanto,
y tanto te inclinaste,
que mis flores eróticas son dobles,
y mi estrella es más grande desde entonces.
Toda tu vida se imprimió en mi vida…
Yo esperaba suspensa el aletazo
del abrazo magnífico; un abrazo
de cuatro brazos que la gloria viste
de fiebre y de milagro, ¡será un vuelo!
Y pueden ser los hechizados brazos
cuatro raíces de una raza nueva:
y esperaba suspensa el aletazo
del abrazo magnífico…
y cuando,
te abrí los ojos como un alma, vi
que te hacías atrás y te envolvías
en yo no sé qué pliegue inmenso de la sombra!
Otra estirpe
Eros, yo quiero guiarte, Padre ciego…
pido a tus manos todopoderosas,
su cuerpo excelso derramado en fuego
¡sobre mi cuerpo desmayado en rosas!
La eléctrica corola que hoy desplego
brinda el nectario de un jardín de Esposas;
para sus buitres en mi carne entrego
¡todo un enjambre de palomas rosas!
Da a las dos sierpes de su abrazo, crueles,
mi gran tallo febril… Absintio, mieles,
viérteme de sus venas, de su boca…
¡así tendida soy un surco ardiente,
donde puede nutrirse la simiente
de otra Estirpe, sublimemente loca!