«La señora Milland quisiera moverse del sillón, pero no podía. Había oído tantos reproches en un segundo, que ni siquiera sabía si el respirar estaría prohibido en aquella casa.
Pero sí tenía los oídos conscientes y pudo oír la conversación que tenía lugar en el pasillo.
Oyó cómo se abrió la puerta y la voz potente de Alan gritando:
—Ya está, Andrea. Ya está. Ahora sí que me dejarás besarte como yo quiera. ¿Te das cuenta? Ya está. Lo tengo en mi poder. Fiona ya se ha casado en México y espera el tercer hijo … Oye, ¿por qué me miras así sin decir nada?
—Me dejas…
—Oye, ¿no te das cuenta? Nos casamos. Podemos casarnos. Cuando tú digas. Mañana, ¿eh? Mañana mismo.
—Alan…
La miró desconcertado.
—Estás como alelada —reía de súbito tomándola en sus brazos, pero esto, aunque no lo veía la madre de Alan, lo adivinaba—. Andrea, estás como la nieve ¿No me has entendido? Estaba afeitándome cuando me llamó el abogado. Me dijo: «Ya está todo listo. Demostrada la anulación. Puedes casarte cuando gustes».
—Alan …
—Cariño. Podemos ser el uno del otro sin que nadie nos censure. ¿No es maravilloso? Oye… ¿por qué me miras así?
La besaba.
Andrea fue a decir algo. Pero… quedóse silenciosa, con los labios perdidos en los de Alan y las manos enredadas en la nuca masculina.»
Mi mujer eres tú, s/f [1976]