
«(…) Bueno, resumiendo mucho, le he quitado a mi cuñada la pistola de su marido, he robado un caballo, le he ofrecido cinco duros al chico que trabaja en los establos para que me guiara hasta aquí, y me he venido.
– ¿Has venido a caballo? -el que no se limpiaba las gafas, se levantó, apoyó las manos en la mesa y se me quedó mirando con la boca abierta.
– Sí -su expresión de incredulidad me hizo reír-. La casa de mi hermano está en Pont de Suert, a unos cincuenta kilómetros, y el caballo es estupendo. Lo he dejado ahí detrás, en el establo.
-De todas formas -y dejó de mirarme para volverse hacia su coronel-, si es hermana del jefe de Falange, puede sernos útil como rehén, ¿comprendes?
El coronel se quedó callado, como si necesitara meditar esa propuesta, pero yo me precipité a aceptarla en su lugar.
– Como rehén, como prisionera, os limpio la casa, os lavo la ropa, os hago la comida… Lo que haga falta, con tal de que no me devolváis. Y no creo que mi hermano os dé un céntimo por mí, pero también os he traído dinero …- hice una pausa para meterme la mano en el escote, y puse los billetes sobre la mesa-. Tres mil seiscientas pesetas, lo que había en casa. Le he hecho un vale a mi cuñada, requisándolo en vuestro nombre, espero que no os importe. (…) «
Inés y la alegría (2010)
(…) «Ingresé en la cárcel de Ventas como una más, otra presa anónima entre miles de reclusas de la misma condición, abandonadas a su suerte en unas condiciones más duras que la intemperie. Lo que comíamos no era comida, lo que bebíamos, apenas nada. Tampoco había agua para lavarse, y la menstruación era una tragedia mensual que poco a poco, eso sí, fue remediando la desnutrición. Pasábamos tanta hambre que, antes o después, las más jóvenes acabábamos perdiendo la regla.» (…)
Inés y la alegría (2010)