Tengo deseos de reír; las penas
«Tengo deseos de reír; las penas,
que de domar a voluntad no alego,
hoy conmigo no juegan y yo juego
con la tristeza azul de que están llenas.
El mundo late; toda su armonía
la siento tan vibrante que hago mía
cuanto escancio en su trova de hechicera.
¡Es que abrí la ventana hace un momento
y en las alas finísimas del viento
me ha traído su sol la primavera!»
Tengo deseos de reír; las penas, en La inquietud del rosal (1916)
«Me levanté temprano y anduve descalza
por los corredores: bajé a los jardines
ey besé las plantas
absorbí los vahos limpios de la tierra,
tirada en la grama;
me bañé en la fuente que verdes achiras
circundan. Más tarde, mojados de agua
peiné mis cabellos. Perfumé las manos
con zumo oloroso de diamelas. Garzas
quisquillosas, finas,
de mi falda hurtaron doradas migajas.
Luego puse traje de clarín más leve
que la misma gasa.
De un salto ligero llevé hasta el vestíbulo
mi sillón de paja.
Fijos en la verja mis ojos quedaron,
fijos en la verja.
El reloj me dijo: diez de la mañana.
Adentro un sonido de loza y cristales:
comedor en sombra; manos que aprestaban
manteles.
Afuera, sol como no he visto
sobre el mármol blanco de la escalinata.
Fijos en la verja siguieron mis ojos,
fijos. Te esperaba».
Sábado, en El dulce daño (1918)
Animal cansado
«Quiero un amor feroz de garra y diente
que me asalte a traición en pleno día
y que sofoque esta soberbia mía,
este orgullo de ser todo pudiente.
Quiero un amor feroz de garra y diente
que en carne viva inicie mi sangría,
a ver si acaba esta melancolía
que me corrompe el alma lentamente.
Quiero un amor que sea una tormenta,
que todo rompe y lo renueva todo
porque vigor profundo lo alimenta.
Que pueda reanimarse allí mi lodo,
mi pobre lodo de animal cansado
por viejas sendas de rodar hastiado.»
“Animal cansado”, en Antología mayor. Madrid, Hiperión, 1994 (pág. 291)
La sirena
«Llévate el torbellino de las horas
y el cobalto del cielo y el ropaje
(…)»
La sirena, en Mascarilla y trébol (1938), Antología poética, ed. de Susana Zanetti, Losada, 1980, p. 192.
«Y fue una tarde cálida saturada de aromas;
tras el breve montículo de las lejanas lomas
el sol desparramaba sus brochazos rojizos
que te fingían llamas en los revueltos rizos.
(…)»
El poema de la risa